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Sentinel del Río de la Plata

Escrito por el 21 agosto, 2020

Por: Leo Fusero

De las tres religiones monoteístas masivas, dos han condenado y perseguido desde su fundación a quienes practicaran la usura. La Iglesia Católica definía la usura sencillamente como dar préstamos con interés. Al estar prohibida para los cristianos, fue el pueblo judío el que se especializó en lucrar con relativa facilidad de los negocios financieros y disfrutar los beneficios de los  proto – bancos.  Antes de la pandemia, y de la concentración aún mayor de la riqueza que el virus ha provocado, pudriendo lo que ya olía mal, ocho hombres atesoraban la misma riqueza que los 3.600 millones de personas más pobres del mundo: Gates, Ortega, Zuckerberg, Buffett, Carlos Slim, Jeff Bezos, Larry Ellison y Michael Bloomberg. A las mayorías se les escapa que la riqueza de estas personas se basa en la acumulación y revalorización de activos y las rentas que estos generan, mientras que la riqueza del resto de personas se basa en su mero trabajo, el salario que reciben y los pocos bienes que pueden adquirir con ellos. Uno de estos factores clave es la financiarización de la economía. En septiembre de 2001, cada acción de Inditex (el índice de la Bolsa de Madrid) tenía un precio de unos 3,40 euros; 16 años después, el valor de ese título está en 31,40 euros, nueve veces más. Para alguien que depende de un salario es prácticamente imposible haber podido seguir esa estela de enriquecimiento; su salario tendría que haber crecido casi a un 60% anual. De la misma forma que judíos y cristianos, unos hacen dinero mientras duermen, mientras otros subsisten si tienen la posibilidad de malvender parte de su fuerza laboral.

Uno de los elementos más característicos del capitalismo es la generación de contradicciones dentro de su propio funcionamiento. En todas las crisis, donde almas bohemias ven el fin del sistema de acumulación, augurando una  parálisis terminal o lisa y llanamente su colapso, el capitalismo responde rejuvenecido, ampliado, con combustible de mayor octanaje. Lo que visto desde la superficie es difícil de entender es que, paradójicamente, el capitalismo se mantiene en pie gracias a sus propias contradicciones y sale fortalecido de las crisis que su propia dinámica provoca. El colapso financiero de 2008, suscitado a partir del crecimiento desmedido de créditos hipotecarios y la especulación en bienes raíces amenazó el mercado internacional con una falta de liquidez que no se presentaba desde la Gran Depresión de 1929. Con todo, 12 años después los bancos son aún más poderosos que antes, sus bolsas de valores ruletean cantidades aún mayores de dinero, los ricos acumulan mucha más riqueza y las condiciones de vida empeoran para las grandes mayorías. No solo no colapsó el sistema, resultó aún más empoderado. El metabolismo esencial del capitalismo demanda un crecimiento económico constante, una competencia permanente entre entidades individuales y un desarrollo continuo de las tecnologías para aumentar la ventaja competitiva, todo ello acompañado de una fractura social cada vez más grande. En su forma neoliberal, su proclama ideológica es la liberación de las fuerzas de destrucción creativa para despejar el camino a las innovaciones tecnológicas y sociales, en constante aceleración. Si el capitalismo es capaz de construir relaciones de producción es a costa de otro tipo de relaciones, en detrimento de las relaciones sociales y también de la relación entre la humanidad como especie y su entorno.

Ante las crisis financieras continuadas, las recetas fueron siempre las mismas: eliminación del gasto público,  políticas de austeridad y privatizar los servicios públicos del Estado de bienestar. Su resultado fue el desempleo masivo y el estancamiento de los salarios reales. El saber popular indica que el mayor gasto público genera inflación. Pero el índice de inflación de abril fue de 1,5 por ciento, el más bajo de los últimos 31 meses, mientras que la expansión monetaria fue del 42 por ciento de la base monetaria. Rumiando los números, se llega a una simple conclusión: En Argentina se sigue discutiendo una teoría de la inflación que ya no se enseña, no se discute y no se aplica en ninguna economía relevante del mundo. Esas teorías económicas se imparten en las universidades de donde el poder financiero se nutre para generar no solo sus cuadros técnicos, sino los políticos. El resultado es que mientras la crisis se acelera y refuerza, la política se ralentiza y debilita. En esta parálisis del imaginario político, el futuro queda anulado, olvidando que la economía es el poder que tenemos para gestionar los recursos. Y siempre debe de estar ligada al planeta del que dependemos. Para salir de la crisis, el problema es pensar de modo diametralmente opuesto al estructurado por la elite. En la Argentina, puede resumirse en que como Estado gastamos muy poco, no lo suficiente.


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