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Día de la Tierra: La crisis nuclear japonesa y el proyecto atómico de Gioja

Escrito por el 22 abril, 2011

Las últimas semanas, todo el mundo centró su mirada en un lugar. Fukushima se convirtió en una palabra común, porque hace referencia una prefectura que alberga a la central que sufrió un accidente nuclear, el más grave desde Chernobyl. Detrás de esta catástrofe, se encuentra una tecnocracia que hace lo posible por conservar la idea del crecimiento.
El discurso del «desarrollo sostenible«, es nuestro argumento, en última instancia está siendo utilizado por la elite mundial y las corporaciones trasnacionales para continuar en el tiempo con el imperativo del crecimiento económico, ahora también para las próximas generaciones. Esto implica, por supuesto, cuidar del medio ambiente, pero sólo de manera pragmática para alargar, si esto fuera posible, los deseos materiales de la humanidad consumista.
Aquí, una aclaración es necesaria. Se trata de diferenciar, como lo hace el Manifiesto por la Vida, la idea del «desarrollo sostenible» de la idea de la «sustentabilidad«. La primera, como ya fue dicho, es una manera de realizar pequeños cambios para la sobrevivencia de este este modelo sin tocar sus aspectos principales. La segunda, por su parte, significa ir a las bases mismas de la crisis ambiental, entendida como una crisis civilizatoria, que precisa un cambio completo.
¿Cuáles son las estrategias planteadas por el «desarrollo sostenible»? Uno de los elementos principales de los últimos años ha sido caracterizar el cambio climático, no sólo como la principal problemática ambiental, sino prácticamente como la única amenaza visible. De modo tal que (si bien tampoco es sencillo resolver el cambio climático) si pudiera lograrse esto, ya solucionaríamos nuestras desgracias. Como si no fuera grave, de por sí, la deforestación o la extinción de especies y la pérdida de biodiversidad.
Esta simplificación de la crisis ambiental realizada en parte por la elite mundial, ha contribuido también al fortalecimiento del «desarrollo sostenible«. Se trata de que puede continuarse con el mito del crecimiento indefinido: sólo basta encontrar una fuente de energía productiva y que no emita gases que generen el calentamiento global. Es aquí donde la energía nuclear fue premiada, incluso por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, por ejemplo en el Informe del 2007, con el galardón de ser una energía sustentable.
Aquí volvemos al punto de partida. La crisis nuclear japonesa nos vuelve a poner en alerta sobre nuestra propia imperfecta humanidad. Por ello resultan totalmente criticables, ahora, que las industrias nucleares europeas, o de otras partes del mundo, hablen de una particularidad japonesa y que esto sólo ocurrió por un gran terremoto y un gran tsunami. No dicen, que estos acontecimientos eran esperados por Japón, y que ningún informe serio planteó el alto riesgo que un país ubicado en el llamado «cinturón de fuego» posea más de 50 centrales nucleares.
Al contrario, hasta sucedida la catástrofe, Japón no era otra cosa que un país más que, como todo país desarrollado, debe promover como política de Estado su industria nuclear. Sólo los países incivilizados, según este argumento, pueden plantear debates poco serios, basados en prejuicios y en alarmismos. Es que la energía nuclear tiene un gran atractivo, se aplica de manera centralizada, sólo a través de la tecnocracia, y no necesita de ningún esfuerzo por cambiar el modelo: el económico en general, y el energético en particular.
De este modo, subsumir la crisis ambiental a uno de sus emergentes más importantes, pero no el único, como el cambio climático, es ya un acto de irresponsabilidad. Al mismo tiempo, incentivar la construcción de plantas nucleares con el fin de contrarrestar la emisión de gases de efecto invernadero, sin considerar los riesgos que implica la manipulación de objetos radiactivos, es parte de la idea del crecimiento infinito alentado por la tecnocracia. El movimiento ambientalista, en ese sentido, hace bien en señalar que no alcanza con parches, de por sí  peligrosos, sino que es necesario pensar en cambios profundos para lograr una sociedad sustentable.

En Argentina: El plan nuclear de Gioja
La Argentina no escapa a esta hegemonía civilizatoria. Y por ello, el Estado Nacional ha relanzado su plan nuclear, que este año inaugura Atucha II. En este contexto, San Juan se propuso, hace solo dos años, como el lugar para construir una cuarta central nuclear en el país. Se trata, como es conocido, de una provincia con riesgo sísmico. El proyecto, iniciado por el senador César Gioja, fue en noviembre de 2008 aprobado por la Comisión Nacional de Energía Atómica, ocasión en la cual se aprovechó para repetir que «en todo el mundo las centrales tienen un nivel de seguridad enorme«.
De hecho, según recogió en su momento El Diario de Cuyo un mes antes: «Algunos especialistas sugieren que sería inviable desarrollar el proyecto en una zona sísmica como ésta, pero también hay casos como Japón que tiene las mismas características y sin embargo operan hace años este tipo de generación de energía«. En ese sentido, Gioja consideraba: «Después de Chernobyl, el mundo ha tomado rigurosas medidas de seguridad y nunca más se produjeron accidentes«. Por ello, según publicaba el diario, para el dirigente «la instalación de una central nuclear en la provincia representaría un polo de desarrollo«. Hoy Formosa está más cerca de quedarse con Atucha III.
Por supuesto, el senador Gioja, que en el momento se desempeñaba como Presidente de las Comisiones de Energía y de Minería del Senado de la Nación, visualizaba la posibilidad de combinar ambas actividades. Esto, a través del recurso estratégico del uranio, que se encuentra también en territorio provincial. No obstante, también podría hacerse otra relación, ya que los emprendimientos de mega-minería consumen una gran cantidad de energía. Si fuera así, una política que privilegiara el cuidado del agua también daría un paso importante en la eficiencia energética, no consumiendo electricidad para extraer un oro en cantidades que no necesitamos en nuestro país.
Por Pablo Gavirati (IIGG – UBA).
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