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Oktubre vive: ¡En este día y cada día!

Escrito por el 4 octubre, 2020

Un viaje al interior de nuestras infancias y juventudes para descubrir el maravilloso fuego de «Oktubre»: un disco que marcó a miles de argentinos y argentinas sedientos de rock, pogo y revolución social. Los fieles de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota celebran hoy un nuevo aniversario.

34 años: La edad que este año cumple el segundo disco, y unos de los más emblemáticos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: Oktubre.

34 años: La edad que tenía mi papá, ricotero desde la cuna, cuando Los Redondos decidieron liquidarse para siempre. Yo tenía 8, pero mi progenitor se ocupó de que su primera hija escuchara «Motorpsico» desde la panza, y todas las canciones que habían sido creadas por la banda, oriunda de La Plata, hasta el ’93, año en el que nací.

Sin embargo, Oktubre siempre fue especial. Quizás porque ese disco contiene el hit que desatará, hasta el fin de los días, el mayor pogo de la historia mundial de la música; quizás porque fue superador al primer disco, Gulp!: La banda comenzó a utilizar instrumentos más modernos, con influencia pop y una combinación muy creativa de sonidos, en el que el músico Daniel Melero colaboró para darle ese matiz.

En fin, Oktubre era especial. Es especial. Quizás no importa por qué, porque cuando de sentimientos se trata, no hay hipótesis que valga. Deduzco que mi papá -quien se jacta de haberle besado la pelada al Indio Solari en el ’89 en el teatro San Martín de Mar del Plata- utilizó la misma técnica que el publicista de Marolio para que yo aprenda y repita, casi por instinto, cada letra de Los Redondos, las cuales yo cantaba incluso muchas veces sin saber de quiénes eran. Como cuando te encontrás en tu casa comiendo una factura y de repente empezás «Maté, café, harina y palmitos…».

Para finales de los ‘80 la juventud argentina vivía, reconocía y se apropiaba de su divino tesoro: la democracia a flor de piel. Aunque todavía no era un sistema político muy legitimado que digamos. Después de tantos años de oscurantismo y sangre derramada… más bien había que ganársela.

Sin embargo Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota -que habían amasado sus orígenes en el grupo artístico La Cofradía de la Flor Solar en los años sesenta y setenta- sabía bien hacia dónde se dirigían y qué es lo que buscaban, es decir, sabían que tenían todas las de ganar.

Con la llegada de Oktubre en 1986, el paradigma del rock nacional cambió por completo: El disco tenía lo viejo de los ’70, lo nuevo de los ’80, y una simbiosis perfectamente ensamblada gracias a las cabezas de Solari y Beilinson que mezclaron el new wave, el post-punk, y las revoluciones sociales en un disco sin precedentes hasta el momento. 

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Inspirado en la revolución rusa de 1917, el artista plástico Ricardo Cohen, también integrante de La Cofradía, creó una de las tapas de discos más tatuadas en (me atrevo a decir) la faz de la Tierra. Fanáticos y fanáticas en las cárceles, en las plazas del barrio, en la playa, en las escuelas secundarias, en las universidades del país; todos con el mismo símbolo: Un puño y unas cadenas para siempre en la piel de los fieles. 

Cohen, más conocido como Rocambole, al respecto de la tapa de Oktubre comentó en una vieja entrevista que la idea salió de una noche de alcohol: “El Indio veía banderas, multitudes. Primero iba a ser todo rojo y negro, pero cuando lo fui haciendo más abstracto le agregué el gris. La tipografía parece soviética al estar invertida una letra”. 

Oktubre

En el cassette que salió por primera vez el 4 de octubre, y en el posterior CD, se ve la catedral de La Plata en llamas: “un gran símbolo revolucionario”, soltó Rocambole. En un costado también se deja ver El Che Guevara, quién más sino.

A quienes se encontraban transitando la divina y pecaminosa juventud, pisándole los talones a los noventa, Los Redondos no hicieron más que explotarles la dinamita que muchos y muchas llevaban adentro, esperando ser consumadas en esos viajes musicales en el que la banda siempre tocaba con la misma consigna: «solos y de noche».

El 18 y 25 de octubre, en el boliche porteño Paladium, ubicado en Reconquista 945 (hoy hotel), se presentó Oktubre ante 1200 personas que escucharon por primera vez, de manera oficial, Jijiji: el himno nacional del rock, ese lugar que ya nada ni nadie podrá arrebatarle.

El rock como todo llanto

Todas las historias de aquellos que hoy tienen entre 50 y 60 años, son más o menos parecidas: “Escuché a Los Redondos en la radio y ya nada fue igual”. Así sería a modo de síntesis. Oktubre fue un pequeño paso para el hombre (la banda), pero un gran salto para la humanidad (los ricoteros).

Mi viejo, Oscar, lleva más de 30 años de fanatismo indiscutido y desde que tengo uso de razón, no me canso de escuchar sus relatos: «Los vi de casualidad en Cemento pero no les di mucha pelota; después, ya en Mar del Plata, los enganché en una entrevista en un programa de radio que yo escuchaba todas las noches; pasaron La bestia Pop y me encantó, y ahí me enteré que iban a tocar en Látex, un boliche en ese momento, compré la entrada y fui, presentaban Gulp! en la ciudad».

A la vez que el disco Oktubre salía a las calles, mi viejo salía de la colimba. Lo primero que hizo fue comprar el cassette y desde ese momento nunca dejó de cantar «Preso en mi Ciudad», imitando la voz y los movimientos de Solari: “Eran novedosos, veníamos con la densidad de Piero, de Gieco, y llegaron ellos con esos aires nuevos y me volaron la cabeza”, cuenta.

Otro fanático incuestionable de la banda, Gustavo, tío de una ricotera veinteañera, pudo sacarse una foto con el Indio en el ’97, en las puertas del restaurante Nonna Raffaela: “Un amigo laburaba de encargado ahí y me hizo pasar, a pesar de que el lugar estaba cerrado. Me quedé una hora hablando con Solari, y después los acompañé hasta el hotel que quedaba cerca de mi casa, hablé muchísimo con todos”.   

Canción para Naufragios es la elegida de Gustavo; la octava canción del disco, con un saxo inconfundible, y una letra concisa, con la potencia de ser el reflejo de lo que se vivía en aquellos tiempos a nivel mundial: la guerra fría. Pero también desprendía la idea jovial del naufragio como una posible salida hacia otro lado y no como la causa del apocalipsis.

Gustavo y El Indio

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Entre las consultas a los pibes de hoy, Oktubre sigue estando en la primera línea de batalla, junto con Luzbelito (1996). Por cuestiones superlógicas, quienes hoy tenemos entre 20 y 30 años, no llegamos a ver un recital de los redonditos en vivo. Pero la mística pareciera intacta en los masivos conciertos de El Indio y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. Como si se hubiese traspasado un poder muy importante: El de mantener viva la cultura ricotera.

En una encuesta realizada por esta redactora, «Preso en mi ciudad» fue la preferida de Oktubre, así que acá va el audio original de la noche en que lo presentaron oficialmente:

La perpetuación de la especie leal a Patricio Rey es emocionante y aquellos y aquellas que se encargan de esa misión también se emocionan al relatar sus historias entrelazadas a la banda, al disco:

  • «Oktubre fue el primer disco que escuché de Los Redondos en mi infancia; también fue el primer disco que me compré con mis primeros ahorros. Recuerdo ser muy chica y escuchar un auto pasar por la esquina con Preso en mi Ciudad al tope; ese sería el primer tema que reconocí de Los Redondos, flashaba cuando El Indio cantaba «a un drácula con tacones», recuerda Leila, sobrina de Gustavo, el tipo que conoció al Indio más arriba.
  • «Mi viejo era fanático de Los Redondos y tenía la colección de vinilos de la banda. Gulp era el que más sonaba, pero a mí me gustaba Oktubre porque tenía Jijiji. Cuando se separaron mis viejos, se llevó los vinilos y en algún momento de malaria los habrá vendido», dice Gabriel.
  • «La primera vez que escuche Oktubre fue hace algunos años en el auto de mi ex, en la puerta de casa post primera cita y yo no me animaba a decirle que nunca había escuchado y no me gustaban, años de relación y separación posterior, bueno… tuve que poner el disco ahora mismo», escribe Victoria.
  • «Revolviendo en mi adolescencia las disquerías, me acuerdo que vi la tapa del disco y dije «esto hay que escucharlo» y cuando empezaron a sonar los estruendos en el primer tema, me pareció hermosamente apocalíptico y revolucionario», recuerda Darío.
  • «Escuché Los Redondos desde muy chica porque mi viejo los escuchaba y siempre cuenta que cuando él era mozo en un hotel, El indio le regaló una lapicera. Me gusta muchísimo Jijiji de Oktubre», cuenta Rosa.
  • «Un profesor en la secundaria nos recomendó escuchar Los Redondos mientras leíamos a Nietzsche. Me prestaron el disco Oktubre, y lo escuchaba mientras leía un cómic que se llama Corto Maltés, porque quería flashear como mi viejo, que alguna vez me contó que escuchaba Pink Floyd mientras leía Capitán Kirk. Uno de esos muchos buenos momentos», rememora Sebastián.
  • «Cuando tenía 10 años, mi hermano mayor compró toda la discografía de Los Redondos. Sobre Oktubre me acuerdo que me explicó el arte de tapa, y luego me habló mucho de Motorpsico «escuchá esto, cada detallecito, te vuela la cabeza», me decía. Después me explicaba cosas de las letras, como la de ‘drácula con tacones’ (la explicación era «acá se ve que al indio le caben las travestis»)«, comenta Facundo.

Es que un fuego tan primitivo y original no se apaga tan rápido. Al 99,9% de los fanáticos le gustaría que Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota volviera a juntarse; de hecho es todo lo que se ruega en los recitales: «Olé olé, olé olé olá, solo te pido que se vuelvan a juntar». Todos mueren por escuchar la viola de Skay al lado del Indio.

Pero hay cosas que el tiempo no quema, y el tic tac corre y es tan efímero, y algunas heridas no cierran. Pero siempre nos quedará París, dice la actriz. Siempre nos quedará Oktubre y su fulgor.

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