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Nuevo Viejo Mundo

Escrito por el 13 diciembre, 2017

La última columna del año de Economía en Cartón: detrás del humo del choripan, para El Bondi de la 88, por el economista Leo Fusero.

En
una entrevista en la cadena 
Bloomberg, el flamante premio Nobel de Economía 2017, el
estadounidense Richard H. Thaler, indicó que «Es el momento de más riesgo financiero de nuestras vidas».
Si un premio Nobel no le es suficiente, sírvase el lector de escuchar a Prescott,
Nobel en el 2004,  quién afirmó que “la ocurrencia de una crisis financiera en
un futuro no muy distante es una gran certeza”. Ambos laureados coinciden
con operadores financieros de Wall Street en que el origen de la próxima gran
crisis serán los “bonos de deuda basura”,
denominación que le atribuyen a los papeles de deuda de empresas o países
con alto grado de riesgo de no pago. Entre esos papeles se encuentran los
emitidos por un país del cono sur que ostenta el record de ser
el país emergente que más deuda emitió en el mundo en los últimos dos años. Por si no
adivinó, se trata de la
República de la
Alegría.

Todos
los actores involucrados en este casino en que se convirtió la Argentina tienen una
duda en común: cuando se acaba.

En
el libro III de “El Capital”, Marx señala como “ley de movimiento” del modo de
producción capitalista las crisis cíclicas. Cada cierta cantidad de años, el
sistema entra en crisis donde se destruye capital. La razón es que el progreso
técnico implica un creciente reemplazo de trabajo vivo por trabajo muerto
(maquinaria), por lo cual del capital total invertido se deben destinar
porciones crecientes del mismo a la compra de maquinaria y materias primas
mientras disminuye la parte dedicada al pago de salarios. Pero sin salarios no
hay ganancia ni nadie que compre los bienes producidos. Se puede evitar la
crisis por un tiempo, abaratando las materias primas (piense el lector en el
valor actual del petróleo), aumentando la productividad (trabajar más y pagar
menos salarios, como las reformas laborales de Brasil o Argentina) o dirigiendo
capitales hacia países que producen con más baja composición orgánica de
capital (la lluvia de inversiones), pero tarde o temprano ya no se puede seguir
disimulando y la bomba explota.

Tomando
solo las crisis de los últimos cuarenta años en Estados Unidos, que luego
repercuten en todo el planeta, tenemos: crisis de la deuda en 1982; crack de la
bolsa de Wall Street en 1987; crisis de la burbuja de las empresas “punto.com”
en 2001 y crisis de la burbuja inmobiliaria en 2008. En promedio, una crisis
cada 9/10 años. Ahora tome el lector nota de la fecha de la última (2008) y
súmele el tiempo promedio. El resultado es 2018.

Si
la fecha es correcta, lo que queda por dilucidar es donde derramarán los
Estados Unidos las consecuencias de la crisis, o lo que es lo mismo, que países
van a pagar el costo de la fiesta. Trasladar los costos a Asia u Oriente Medio
ya no parece posible. Después de que Rusia le haya demostrado que no permitirá  un ataque a Irán, y de haber detenido el
avance de ISIS sobre Siria, ampliamente financiado por EE.UU, Arabia Saudita e
Israel, esa sección del mundo parece vedada a la
US Army. A su vez, Rusos y Chinos lograron
un entendimiento donde comienzan a moverse en bloque, disputando África y
Latinoamérica. Perder Oriente Medio no parece ser de mucha gravedad para EE.UU
ya que el producto que allí iba a buscar, petróleo, hoy sale de las propias
entrañas del imperio gracias al fracking. Un conflicto con Corea del Norte,
aunque muy publicitado, parece de escasa probabilidad dadas las experiencias
que los mismos Marines sufrieron en la Guerra de Corea y en la de Vietnam, sin contar
que ahora ambos países tienen fronteras con la todopoderosa China cuya capital
Pekin dista menos de 800
kilómetros de Pionyang, como Buenos Aires de Córdoba.

No
es el caso de América Latina. Sin una potencia de influencia en la zona,  colonizadas sus clases políticas, para poder
intervenir solo les falta encontrar el motivo humanitario/democrático que los
habilite a actuar pseudolegalmente, algo parecido a una nueva doctrina de
seguridad nacional versión para millenials. Para ir acostumbrando el oído de
sus futuras víctimas, Trump fue escalando en sus dichos, que pasaron de sanciones
en contra de Venezuela «hasta que
sean restauradas las libertades políticas» a amenazas más directas
como la de  «… combatir los regímenes corruptos y la opresión socialista en
Venezuela» o directamente «…no 
descartar una intervención militar en Venezuela«. Si
algún desprevenido cree en las razones humanitarias de Trump, vale recordarle
que su principal socio en Oriente Medio, Arabia Saudita, es un Reino con una monarquía
absoluta, donde las mujeres no votan, no pueden andar solas en la calle, no
manejan, no pueden hacer deportes y todos los viernes, en la plaza principal de
su capital Riad, se producen ejecuciones y decapitaciones públicas.

Si
lo arriba escrito le parece al lector una inverosímil copia de discursos de la
época de la  guerra fría, y cree que el
mundo no podría volver a situaciones de violencia como las de décadas pasadas,
tómese un minuto para leer estas palabras dichas en Noviembre del 2017 en
Argentina.

«Parecía que nuestro país no tenía
posibilidades de recibir ataques contra nuestra soberanía, sin embargo,
últimamente han aparecido en el sur del país movimientos secesionistas que
escudándose en ridículas reivindicaciones ancestrales pretenden crear una
nación independiente apropiándose de nuestro territorio. Los sesudos pensadores
de hoy se dieron cuenta ahora que la guerra contra el terrorismo no se gana, es
una guerra sin tiempo».

La frase, que bien podría ilustrar el pensamiento
de Mauricio Macri o de su Ministra de Seguridad Patricia Bullrich, es de
Alfredo Astiz, en su alegato en la causa denominada ESMA III. El razonamiento
del asesino de la Armada
coincide plenamente con el de los políticos amarillos del 2020 y tiene la raíz
de la futura excusa para intervenir, que coincide plenamente con la que desató
el genocidio de los ´70: terrorismo.

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