Vivir en los barrios
Escrito por nicohernandez el 15 abril, 2017
“Atrás de la foto de Micaela -riéndose con los chicos- hay una copa de leche, hay apoyo escolar, hay tiempo, hay sacrificio; es dejar de hacer otras cosas un fin de semana por estar en los barrios”, comenta Fernando. Él milita en el Movimiento Evita y su hijo Damián es el referente de la JP Evita.
Fernando está con su hija Nayla, una nena de unos diez años con una remera que dice “Micaela Somos Todas” y Karol, su esposa dominicana -que también tiene un hijo militando en ésta agrupación- tomando mates lavados y charlando con compañeros en las puertas del CEF de Concepción del Uruguay donde adentro el círculo más íntimo de Micaela García estaba despidiéndola.
—La Negra era una zarpada. Era una piba que hacía ruido y que todos la escuchaban—la recuerda Fernando. A un costado de él, cuatro compañeros se abrazaron tras haber colgado banderas, carteles y fotos. “Por vos juramos vencer”, se lee en sus espaldas.
—Ahora seguimos convirtiendo este dolor en lucha—dice Jonti, también militante de la JP Evita.—Es lo que significa Micaela para todos nosotros; ella luchaba por los derechos de todos.
Cuando suenan los bombos de lejos los jóvenes corren dos cuadras, hasta el Boulevard Yrigoyen. La JP-Evita de esta localidad se pone al frente de una gran columna que encabezan las mujeres. “Negra, mi buena amiga, vivirás siempre en la Villa Mandarina, en cada barrio de Concepción, en cada centro por Justicia e Inclusión. Levantamos tu bandera, tu lucha y tu pasión; te juramos compañera venceremos en tu honor”, cantan los pibes y las pibas del Evita, entre lagrimas y sonrisas, levantando banderas rojas, negras y azules y carteles donde se la ve a La Negra riendo.
Dentro del CEF dos filas de sillas separan el gimnasio del féretro. Al lado una foto de Micaela, una guitarra, una pantalla gigante y una figura de la Virgen María con un cartel: “con tu sonrisa como bandera”, frase que también muchos llevan en las remeras.
Con Juguetes Perdidos de fondo-himno ricotero por excelencia- la pantalla cuenta en fotos quién era Micaela, quién era La Negra. Se la ve haciendo deportes, se la ve con amigos, con compañeros, con niños. Se la ve marchando a puro redoblante, se la ve con un cartel que dice que son 30000. Se la ve en el barrio Villa Mandarina, se la ve laburando por los pibes, jugando con ellos, escuchándolos; se la ve militando.
Al final de la proyección la JP Evita entra en el lugar. Lo saben todos, Micaela militaba con ellos. Vienen de Santa Fé, Paraná, La Plata, Quilmes, Berazategui, Mar del Plata. Muchos, la gran mayoría, no alcanzaron a conocerla pero están ahí, apoyando a los compañeros, a los familiares, pidiendo justicia. Sabiéndose hermanos de luchas, sabiendo que Micaela es también una nueva bandera. Y los gritos lo dicen: por vos juramos vencer, por vos juramos vencer, Negra querida vivirás siempre en la JP.
Una militante de género
En las gradas está el último mural que pintó La Negra: “Las paredes se limpian, las pibas no vuelven”, al lado su bandera de la JP Evita que llevaba a cada marcha. Micaela, víctima del femicida Sebastian Wagner y de un poder judicial patriarcal cómplice, murió dando batalla a su lucha más importante; Micaela era una militante de género.
Era feminista. Era quien armaba proyectos con las mujeres del barrio, con las trabajadoras populares, era quien discutía donde podía contra los machismos diarios, era la que movilizaba pidiendo igualdad. Micaela sabía también que hay un gobierno que recorta políticas públicas para erradicar la violencia de género; un Estado que a veces no está y que las pibas no pueden volver. La Negra sobre todas las cosas sabía que no hay justicia social sin igualdad de género.
Con chalecos negros que llevan la cara de Néstor Kirchner o de Eva Perón, cuatro mujeres de cada lado, con rostros serios hacen un pasillo por donde pasa la gente a dar ese adiós y saludar a la familia. Por ese camino entra un pequeño grupo del Frente de Mujeres del Movimiento Evita, rodean el cajón abrazadas, murmuran algo que no se oye y levantan los dedos en V. La primera mujer que custodia ese pasillo llora mientras aprieta fuerte las manos de sus compañeras.
Vamos negrita baila hasta el fin
En la sala están también las diputadas Juliana Di Tullio, Adela Segarra, Mayra Mendoza, Lucía Portos, Lucila De Ponti, el ex Canciller Jorge Taiana, los diputados Leo Grosso y Juan Manuel Abal Medina, entre otros referentes políticos que se acercan a acompañar a la familia.
Andrea Lescano, la madre de Micaela, viste la camiseta de voley de su hija, que dice Negra. La gente la saluda llorando y ella, que dice estar en paz, que está en calma, consuela a todos.
En un playón contiguo, afuera, una militante, cercana a los diputados que allí llegaron, recibe un mensaje. No tiene el número agendado, pero le preguntaron si está en Concepción. Responde que sí, sin saber a quién y esperando esa respuesta. Resulta ser Marcelo Figueras, biógrafo del Indio Solari, uno de los músicos predilectos de La Negra. El escritor pregunta entonces sí es cierto que estaban pasando todas canciones de Los Redondos. Además de Juguetes, Gualicho y Caña Seca y un Membrillo también sonaron esa tarde. El Indio quiere hablar con los padres dice Marcelo. Los nervios, el asombro ganan hasta a un diputado que sale corriendo a pedirle a los bombos que paren; es el Indio charlando con Néstor “Yuyo” García, el padre de Micaela, quien le pide un mensaje para los compañeros.
—Sé que Micaela era una bella niña, una bella muchacha, muy solidaria. Tenía una carga de pasión y honestidad, que hoy en día son pasiones que no abundan. Como siempre, los buenos se van antes— comenta el ex líder de Los Redondos amplificado a una multitud silenciosa y canta, por pedido de Andrea, la canción que Micaela, y tantos otros, quería escuchar en Olavarria.
Quisieran que me recuerden
“Yuyo” agarra el micrófono e invita a quien quiera a hablar. Amigos, familiares, dirigentes, toman la palabra: el hermano que no le interesa la política, que pensaba irse del país pero que ya olvidó de esa idea, a los gritos, ensayando dos dedos en V dice que va a levantar el nombre de su hermana bien alto; las amigas que no militan, pero que van a luchar como lo hacía Micaela; los compañeros de facultad con un texto destacando los valores; la amiga de la secundaria que comenta que fue La Negra quien le enseñó la importancia de ir a los barrios; los pibes y pibas de Villa Mandarina que estan firmes junto a la foto de Micaela y por más que quieren no pueden hablar porque no pueden parar de llorar; Damián, el referente de la JP de Concepción, que pide, como Fidel tras la muerte del Che, que los militantes “sean como La Negra”.
—Yo no sabía qué decir pero encontré algo para leer — comenta la abuela sin titubear y agrega— es un poema de Joaquín Areta, uno que seguramente conozcan porque lo leyó alguien muy especial.
Es “Quisieran que me recuerden”, el mismo texto del militante de la UES desaparecido que leyó en 2005 Néstor Kirchner. Una chica, apoyada en las valla de las gradas llora mientras repite a la par el texto. Abajo un chico que lleva el chaleco de organización mira para arriba, se muerde el labio, y lagrimea también por esa piba que, como muchos, está conociendo ese día.
—Hasta ahí habló la abuela de Micaela. Ahora voy a hablar como compañera—dice la anciana. Una vez terminado el texto, acallando las palmas, se saca el sweater; abajo lleva su remera de la JP.
—Atención atención abuela te saludan los soldados de Perón —grita ahora la militancia a una abuela que promete llevar a su nieta hasta la Victoria siempre mientras besa su foto.
Emilio Pérsico, referente del Movimiento Evita, celebra la familia de la militante, quien valientemente encabeza el acto. «Era de buena madera» dice.
—Micaela era una revolucionaria porque la revolución se trata de darle poder al que no lo tiene. Cuando les enseñan, cuando juegan a la pelota, cuando patean, cuando están en los barrios a los chicos les dan poder— sostiene Pérsico, recordando el trabajo que hacía La Negra en Villa Mandarina—Hemos sembrado la semilla de Micaela en la tierra más fértil que hay; que es el corazón de cada uno de estos jóvenes.
El semillero aplaude. La bandera que dice «Gracias Mica por tanto amor. Jamas te olvidaremos. Los chicos de V. Mandarina» se agita.
En el nombre de Micaela
Yuyo y Andrea agradecen el cariño recibido y afirman nuevamente, que van a seguir con las luchas de su hija, esta vez, mediante una fundación que llevará su nombre. “Micaela nos mostró una forma de cambiar la realidad y, eso, multiplicado por una montón de gente es lo que va a cambiar esta sociedad”, sostiene Yuyo.
Por pedido del padre, militantes, amigos, y dirigentes, salen por la puerta de atrás mientras cargan el féretro, tapado de banderas y remeras, en una camioneta gris. Encabezan el cortejo las cámaras de los medios nacionales. Atrás la familia, los amigos, los que militan, los que no. El Boulevard Hipólito Yrigoyen se llena de gente.
Un grupo de obreros, desde lo alto de una construcción filma la procesión. Los balcones de Concepción son la vidriera de aquellos ojos que no se mezclan con la poblada a pesar de los carteles en alto dicen que “todxs somos Micaela”.
Una mujer mira fijamente con ojos húmedos a la columna avanzar; con su mano tatuada sostiene una foto de Micaela y con la otra a una niña de unos diez años. Unas maestras sacan fotos desde el cordón, imágenes que después van a compartir en su grupo de Whatsapp con otras, que van a decir que politizaron una muerte, queriendo ignorar que La Negra hizo de su vida un hecho político.
Una compañera de la JP grita el nombre de Micaela y todos responden instantáneamente que está presente. En cada cuadra, la chica repite el mismo grito. Llegando al cementerio su voz está desgastada pero insiste entre campanadas. En una pared se lee nuevamente el último mural de Micaela. Entra la familia, los amigos y los curiosos, que son más de un centenar. Afuera quedan muchos más.
En la puerta cementerio municipal, unos diez niños caminan por el boulevard que lo bordea. Llevan cañas que mueven de un lado a otro ondeando trapos invisibles. Los pibes y pibas de Villa Mandarina ya no lloran, cantan felices: La Negra no se murió, La Negra no se murió, La Negra vive en los barrios la puta madre que lo parió. Gritan volviendo a las barriadas, cantan y cantan, riéndose por la palabra permitida, por el poder ganado; cantan y levantan sin saberlo una sonrisa como bandera.