¿A qué planeta te fuiste, Diego?
Escrito por Mayra Ravainera el 26 noviembre, 2020
Cuando el pueblo llora ya no hay más nada que se pueda decir. No hay palabras. Todo lo que haya para decir, a partir del 25 de noviembre de 2020, desborda los cuerpos de un sinfín de almas. Las palabras acaban de perder su sentido: ahora son solo un conjunto de letras amorfas, ilegibles, que únicamente reflejan el beso de una madre, los botines llenos de barro, un fulbo de trapo, una remera del Che, un gol a los ingleses. Hoy todas las palabras del mundo forman una sola: Diego.
Viejos, jubiladas, niños, mujeres, trabajadores, madres, niñas, padres, adultos, estudiantes, hinchas, barrabravas, viajeros, trapitos, villeras, árbitros. Camisetas: de todos los colores, todos los clubes, el ascenso, la primera. El crisol se forma bajo el rayo del sol con el que amaneció el día. Los rostros, hinchados de duelo, avanzan en fila hacia la despedida en la Rosada. El cielo está limpio y despejado. Sin embargo todo es gris, todo se ve apagado. El pueblo se lamenta y la pelota no gira.
¿Cómo pudo haber pasado? ¿Pensamos que este momento iba a llegar? No. no lo pensamos. A muchas generaciones nos criaron sabiéndolo inmortal, creyéndolo un verdadero Dios con toda la humanidad cargada en sus pies. Y tuvo que morirse para demostrar que era igual de humano como todos los que hoy lo lloramos; como todos los que festejamos sus goles, sus gambetas, sus asistencias; como todos los que escuchamos alegres sus declaraciones abrazando a la Patria Grande o derrochando furia hacia los más poderosos.
Un maestro periodista una vez dijo que la noticia tarda en volverse tolerable. ¿Cuánto tardaremos en caer? ¿El mundo tolerará seguir girando sin el más grande del fútbol mundial? Quizás el Diego ahora esté haciendo jueguito con este planeta que ahora se hunde en la infinita tristeza de haber perdido a un artista, a un villero que nunca se olvidó de dónde venía. De Villa Fiorito al espacio. Su cuerpo lo imagino pululando por el universo, contemplándolo todo, abrazando la galaxia que le otorgó magia en sus piernas prodigiosas.
“Ho visto Maradona”, cantan los viejos y los abuelos mientras llegan a la casa de gobierno para la última despedida. Cantan quienes pudieron disfrutar en vivo y en directo sus tiros en el césped, en los clubes de Argentina, en la Selección y, cómo no, en Nápoles, donde brilló en su máximo esplendor. Ahí donde fue vanagloriado por la porción sur de una Italia pobre y olvidada al que el Diego les devolvió la identidad.
¿Cuántas personalidades conforman al Diego?, ¿Puede ser un ídolo a pesar de todos sus pesares?, ¿Cómo lo juzgamos? ¿como futbolista o como persona?, ¿Se puede querer al Diego y ser feminista? Son preguntan que durante estas horas siguen impregnando algunos espacios de las redes sociales, de los medios de comunicación. Lo cierto es que, desde la visión de esta redactora, poco importa eso ahora. Las contradicciones las discutimos el lunes, otro día, porque la voluntad popular hoy demanda otra cosa, y comprender eso es comprender cómo funcionan los pueblos, y (por qué no) cómo funcionan también los feminismos que debieran ser un fiel reflejo del consciente colectivo.
Y lo cierto es -como podemos ver desde que se anunció que el velorio sería en Casa Rosada- que hoy los pueblos demandan minutos de silencio para besar el cielo que le pertenece al Pelusa, de punta a punta. Estar del lado de los que más lo necesitan cuando tenés los bolsillos cargados de billetes es (en este desgraciado mundo vil) un acto heroico. Siempre del lado de los pobres, los negros, los descamisados.
Eso fue Maradona: un sublevado que llegó a ser el ser humano más famoso del planeta, con todo lo que eso conlleva, y sin embargo, ayudó a sublevar a toda una generación, a todo un país que lo vio nacer. Una generación que cuando no tenía para comer, Él les dio felicidad corriendo de arco a arco, metiendo un gol para gritar la victoria.
Al respecto, la trabajadora sexual y sindicalista Georgina Orellano, realizó una publicación, con la que concuerdo, que comienza tajante: “¿Cuándo abandonaremos esa mezquina costumbre de ponerse la gorra rápidamente, celebrar o anular el dolor popular, de subirse al patrullero para dar consejos desde un feminismo tan antipopular e inhumano?”.
Sin embargo, ya habrá tiempo para discutir nuestras contradicciones, nuestras dudas. Porque justamente el feminismo existe para construir realidades mejores, con justicia social, y también con lo que simboliza Maradona, sí.
Mientras tanto, lloramos al Diego. Le agradecemos, lo extrañamos, y lo recordaremos con todas sus contradicciones, con todas sus personas dentro de una sola persona, para ser mejores. Porque si hay algo que nos enseñó es que los sueños se pueden cumplir, que es menester tener esperanza y confiar el los otros y las otras.
Mientras tanto, nos movemos. Como fantasmas, algo etéreos, con el cuerpo pesado y somnoliento. Cerrando los ojos de a poco, secándonos los cachetes, la frente, sacudiendo las manos, aplaudiendo. Buscando el abrazo, besando camisetas y tirándolas a los pies de un ataúd que poco tiene que ver con el Diego. De madera solo será esa caja, ese envase que hoy tiene la horrible misión de guardar a un ser tallado en oro y amor, en gloria y tenacidad, envuelto en solidaridad y potreros.
Mientras tanto la Plaza de Mayo la recorren los que te adoran, los que no te van a dejar morir, los que te ofrecen una rosa, una carta, una vela encendida, unas rodillas en el piso, un sollozo sereno y un sollozo desesperado. Porque sí. Porque alguien cercano se fue.
Porque, como dijo anoche el gran Alejandro Dolina, “el dolor que sentimos es un dolor íntimo y profundo, como si se tratara de alguien de la familia. Y es que, en verdad, se trata de alguien de la familia”. ¿Quién no quiere despedir a un familiar amado? En un momento así, no hay protocolos que valgan.
Nos cortaste las piernas, Diego. Pero mañana pronto levantaremos tu bandera nuevamente: la de hacer grande al pueblo argentino.
Gracias y hasta siempre, Barrilete Cósmico.