Canción actual

Título

Artista

Evento actual

INFORMATIVO FARCO

09:00 09:15

Evento actual

INFORMATIVO FARCO

09:00 09:15

Background

Zohra y los loros

Adios Mundo Cruel 2 July, 2020

Por: Leo Fusero

Zohra Shah nació en el pueblo de Kot Addum, una de las zonas más pobres del pobre Pakistán. Fue la tercera de seis hermanos. Cuatro meses atrás fue vendida como esclava a un matrimonio de abogados para que cuide del bebé de la pareja, de solo un año. A cambio ofrecían educarla.

 

El domingo 31 de mayo, Zohra se levantó muy temprano para iniciar sus labores domésticas. Limpiar, lavar, cocinar y hacer de niñera. Esa mañana debía limpiar las jaulas de los loros, las mascotas preferidas de sus amos. Accidentalmente, Zohra dejó escapar las aves enjauladas, lo que desató la furia de sus esclavistas. Como castigo fue golpeada y torturada. La abandonaron en un hospital de donde huyeron. Su cuerpo presentaba signos de haber sido golpeada con un objeto pesado de madera, tenía lesiones en la cara, las manos, debajo de las costillas y en las piernas e indicios de haber sido abusada sexualmente.

 

Los médicos no pudieron salvarla. Murió el primero de junio, a solo días de conmemorarse el día internacional contra el trabajo infantil.

 

Le sobraban dos dedos de las manos para contar sus años de vida. Recién había cumplido los 8.

 

Según Naciones Unidas 152 millones de niños sufren situaciones de trabajo infantil, de los cuales 72 millones realizan trabajos que ponen en riesgo su vida. Zohra era una de las 65 millones de niñas que según UNICEF, por razones religiosas, políticas o bélicas, no tienen acceso a la educación. El artículo 32 de la Convención sobre los Derechos del Niño reconoce el derecho “a estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación, o que sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, espiritual, moral o social”.

 

Zohra no conoció la infancia, ese tiempo inmemorial donde todo es risa. No pudo jugar. Quizás no aprendió a reír. Pero seguramente sabía soñar y quizás haya visto, en ese aleteo en fuga de los loros, el destello vital de la libertad.