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Segundos afuera

Escrito por el 9 abril, 2020

Por: Leo Fusero

La clase media, ese sujeto político pobremente enunciado, deforme y con conciencia de clase marca Mariana Fabbiani, fue llamado al ring, y ya no participa solo como espectador de la pelea. Un virus lo puso en calidad de boxeador, pero pasado el primer round, va a tener que ver con que armas combate el problema de fondo, la reestructuración de la deuda externa argentina.  Para tener alguna posibilidad de triunfo, le sería útil ir anoticiándose del nivel de devastación dejado por el macrismo, cuyo universo de deuda a reestructurar es de U$S 190.000 millones de dólares, lo que equivale al 55% del PBI del país. Ese capital devenga intereses anualmente por U$S 11.000 millones de dólares, o sea 3 o 4 % del producto interno. Si se suma la deuda publica neta, la que tomaron privados, la de las provincias y la contraída con el FMI y otros organismos globales, el macrismo tomó deuda, solo en moneda extranjera, por U$S 118.000 millones de dólares, que se evaporaron sin generar ningún beneficio a la sociedad que ahora debe pagarla, ya que U$S 38.000 fueron déficit de cuenta corriente (salida por turismo e intereses) y los restantes U$S 86.000 millones, sencillamente, se fugaron. 

Para dar escala a lo que dichos pagos representan, si el gobierno intentara cumplir con los vencimientos de capital e intereses tal cual los dejó el Pro, el ajuste fiscal necesario equivaldría a no pagar durante un año todas las jubilaciones y todos los sueldos de la Provincia de Buenos Aires. Incluso si su negociación resultase exitosa, reduciendo los niveles de deuda en capital e intereses, los recursos que el gobierno tenía pensando destinar a pagar deuda son cuatro veces más de lo que el país pensaba gastar en darle de comer a sus niños famélicos, extender las redes de agua potable, darle remedios a sus jubilados o pavimentar sus rutas. El mismo Guzmán declaró que esos intereses son un disparate en un mundo con tasa de interés real negativa, o sea, un mundo donde alguien que compra un bono a 10 años del tesoro de los Estados Unidos o de Alemania, pasados los 10 años, tiene menos dinero que el que invirtió originalmente, o sea, pierde plata. Bajo esa realidad, Guzmán anunció a los acreedores que pensar que van a ganar 10% en dólares por año es ridículo, haciendo justicia al anticiparles que sufrirán una quita de capital y de intereses. 

La misma clase media no consigue impregnarse de la idea sin sustento, ampliamente difundida como mito, y enunciada en cada mesa de domingo ravioles de por medio por algún tío pasado de etílico,  de porqué un “país rico” tiene a la mitad de sus niños en situación de pobreza. En la batalla cultural, no germina nunca la certeza de que las políticas de hambre son decididas, dirigidas y ejecutadas desde los centros de poder, independientemente de las características del país que haga las veces de víctima. El más pobre de América, Haití, sirve claramente de ejemplo. Según Naciones Unidas, Haití tiene un millón de personas que pasan hambre a diario, lo que equivale al 10% de su población, que se asina en una isla del tamaño de Tucumán. Pero no siempre fue así. Hace 30 años no había hambre en Haití ya que la población se autoabastecía de arroz, su alimento principal. La llegada del FMI obligó al país a “abrir su mercado del arroz”, bajo la misma sanata impuesta a todos los países satélites sobre las bondades que sobrevendrían después de abrir sus mercados, salir a comercial con el mundo, integrarse a las corrientes de la producción mundial, bajar el déficit fiscal y aceptar la financiarización de su economía. Bajo ese canto de sirenas Haití aceptó importar arroz de los Estados Unidos, producto cuya elaboración es subsidiada en su país de origen. En criollo, el Gobierno de los Estados Unidos les paga a los productores de arroz para que produzcan, ya que de otra forma, en la famosa libre competencia que tanto pregonan pero no ejercen, su producto no sería competitivo en precio. Es ese arroz subsidiado el que se vende a menor precio en Haití, lo que en poco tiempo destruyó la producción local, haciéndola desaparecer y logrando el record de que en solo treinta años un millón de personas no tengan que comer, mientras el resto se lava con agua podrida en ríos de plástico que serían el horror de Greenpeace, si es que dicha organización se preocupara más por niños muriendo de hambre que por ballenas. El mismo reflejo se da en Argentina, donde la matriz de producción de alimentos está concentrada en pocos dueños que responden a la lógica del mercado internacional, nunca del local. La concentración y diferencia con los Estados Unidos, solo en materia agrícola, puede entenderse si se sabe que entre 1860 y 1900, los Estados Unidos produjeron cinco millones de pequeños productores, llamados farmers, que por su poco volumen no pueden influir en el precio y por lo tanto generan alimentos baratos en marcos competitivos. Argentina, dominada por Mitre, en el mismo período, genero solo 70 mil productores, que hoy se reducen a menos de 2000 que poseen un tercio de las tierras más productivas del mundo, no producen para el mercado local, exportan sus mejores productos y de mayor calidad, abastecen al mercado local con los restos que no pueden vender al exterior por ser prácticamente sobras, dolarizan sus ganancias mientras devalúan la moneda licuando sus costos en pesos, no pagan impuestos y cuando se les amenaza con querer controlarlos ponen sus Toyotas Hilux cero kilómetro en forma perpendicular a las rutas. 


El cumplimiento de las mismas premisas del Fondo Monetario, seguidas al pie de la letra por el imbécil que hizo las veces de presidente hasta diciembre, llevan al mismo resultado: pobreza, indigencia, bajo uso de la capacidad instada y destrucción del aparato productivo. La políticas sugeridas por el poder global, que no pasan de la consabida austeridad fiscal, la disminución de la cantidad de dinero circulante so pretexto de no despertar el demonio inflacionario y las tasas de interés exorbitantes que no existen ni en el sueño húmedo del lobo de Wall Street tiene como única consecuencia la destrucción del país y el agrandamiento del conflicto social. La derecha liberal suele trabajar sobre la oferta, nunca sobre la demanda. Evangelizan el sentido común con ideas fuerza que rezan que bajando impuestos las empresas producirán más o que liberándolas de los derechos laborales contratarán más trabajadores, ideas que no solo no funcionaron en los cuatro años de macrismo, no funcionan en toda la historia de la humanidad y no funcionaria nunca. Ninguna empresa aumenta su producción porque va a pagar menos impuestos o gracias a que sus trabajadores pierden derechos, solo producen más si saben que van a vender más, o sea, si del otro lado hay clientes, dícese de personas con dinero en la mano. Si no hay dinero del otro lado, por más que la mano de obra sea esclava y no se cobre ningún impuesto, nadie compra nada. Lo que debe comprenderse de una vez es que lo que no funciona es el neoliberalismo, pseudónimo de capitalismo. La misma Kristalina Gueorguieva, flamante titular del FMI, declaró en Roma  que “el capitalismo esta haciendo más mal que bien”, frase que amerita la apertura de una Unidad Básica con su nombre en Turdera. Gueorguieva metió el dedo en la llaga, ya que como describió Bertolt Brecht, “el capitalismo es un caballero al que no le gusta que lo llamen por su nombre”.


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