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La sutil elegancia del fuego

Escrito por el 17 septiembre, 2019

Leo Fusero nos trae la columna semanal de Economía en Cartón: Detrás del Humo del Choripan, con un amplio análisis del contorno político argentino.


El consejo amistoso de la abuela inmigrante fue siempre el de “estudia, trabaja y serás alguien en la vida”. Formada en la Argentina de la movilidad social ascendente, esas máximas de domingo post ravioles se transformaron en las mentiras de una generación. Los jóvenes forman el colectivo social en el que los índices de pobreza y exclusión son más elevados. El mercado laboral al que se enfrentan la mayoría de los jóvenes se caracteriza por la precariedad: empleos de corta duración, jornadas reducidas o muy extensas y en sectores con remuneraciones de subsistencia. Incluso con estudios universitarios o de postgrado, no encuentran empleo. De movilidad social ascendente, ni hablemos. A su vez, en el llamado primer mundo, la única posibilidad de recibir educación de calidad (inversión en capital humano) es endeudándose, ya que los costos de la educación son elevadísimos. En EE.UU., la deuda de los estudiantes universitarios supera a la deuda total de las tarjetas de crédito y el  crédito que recibió un estudiante para pagarse los estudios no puede ser  cancelado incluso si declara su bancarrota. Es un crédito eterno, una deuda de por vida, para acceder a un nivel de educación que el mercado laboral no retribuye con salarios. Los sistemas educativos localistas, donde cada Provincia o Municipio financia con sus propios impuestos la educación pública, generan que las comunidades ricas tengan colegios de mejor calidad que las pobres,  lo que da lugar a la transmisión intergeneracional de las ventajas y desventajas. El ya afortunado por haber nacido rico recibe el privilegio adicional de contar con una mejor educación y viceversa. A su vez, la segregación geográfica (los ricos viven en barrios de ricos y los pobres en barrios de pobres) y la homosociabilidad de las parejas modernas (los ricos se casan con ricas y viceversa) genera un refuerzo de esa transferencia de ventajas y desventajas a las generaciones futuras. La discriminación de oportunidades se agrava para los pobres. Independientemente de lo que hagan, el 90% de las personas que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo o mérito que posean, mientras que el 90% de los que nacen ricos mueren ricos también independientemente de lo que hagan, lo que destruye las máximas de los voceros de la “meritocracia” y la teoría del “esfuerzo personal”. La segregación se derrama al sistema de administración de leyes, que recibe el pomposo nombre de Justicia, y que castiga fuertemente el robo y cualquier violación de los derechos de propiedad pero nunca aplica ni siquiera una advertencia al sistema bancario, al fraude masivo financiero ni osa intentar recuperar dinero mal habido. El sistema que los ha hecho ricos necesita ser modificado si es que los mismos ricos desean conservar sus ventajas. Cuando los de abajo no tienen acceso a la educación, y por lo tanto la sociedad no utiliza todo el potencial de sus recursos humanos, la economía es incapaz de generar los bienes y servicios necesarios para dar un nivel de vida no infrahumano a las grandes mayorías. Este tipo de desigualdades, características de Estados Unidos y, cada vez más, de Europa, constituyen un lastre para la economía, ya que masas cada vez mayores de personas no productivas deben ser sostenidas por impuestos a los que tienen algo. De seguir el nivel de concentración del ingreso, la estabilidad del sistema se verá profundamente afectada, y en ese momento no habrá suficientes guardias armados, vayas de seguridad ni alambrados de púas que limiten la desesperación de los que ya no tienen razón para temer porque lo perdieron todo.
La imposibilidad de generar los recursos necesarios para emanciparse incluso para aquellos que pertenecen a las capas medias de la sociedad genera que los jóvenes carezcan de un espacio para desarrollar un proyecto vital, formar un hogar o tener hijos. La vida queda en stand by, en un letargo que depende de la suerte y la buena voluntad del mercado laboral. Es esa situación de inmovilidad y carencia de futuro, retroalimentada por la frustración de los otrora burgueses, la que los lleva a votar derechas en todo el mundo. Como canal de expresión para esos sentimientos negativos, la derechas Europeas apuntan al inmigrante africano como origen de todos los males, mientras las americanas ubican en los pobres, vagos y subsidiados por políticos corruptos los genes de su decadencia. Con su proverbial incapacidad para entender la realidad, las burguesías venidas a menos confunden víctima con victimario. En Argentina, las clases medías parasimpáticas con el peronismo suelen confundir significante con significado.  Después de haber arrastrado a cinco millones de personas a la experiencia cotidiana del hambre, Macri sacó ocho millones de votos en las elecciones que no sucedieron. La canción porteña de moda debe indicar claramente que lo que ya fue es Macri, no lo que Macri representa. El poder detrás del imbécil hijo de Franco está igual o más fuerte que nunca, y no tardará en volver a disputar la hegemonía económica, del sentido común y del discurso, apenas esas capaz medias comiencen a sentir que se eleva el techo que los asfixia, pero que a su vez suben los morochos de abajo, que arruinan el paisaje o contaminan el silencio con cumbia.  El equilibrio inestable, la anormalidad argentina, los rasgos de esquizofrenia de una sociedad volátil son la referencia de un país donde lo mismo que se putea es lo que da esperanza. El fuego que abraza los pulmones del planeta es el mismo que iluminó de cerca el futuro de esos mismos votantes que pedían a gritos que se vayan todos y años después los votaron para que vuelvan. De no mediar un cortafuegos social, el incendio puede arrasar el futuro cercano de sus descendientes, que incluso habiendo seguido las máximas del liberalismo, sentirán el crepitar de las llamas bien cerca. La elegancia del fuego, la belleza de sus colores, lo sincrónico de su danza puede hacer olvidar, que en el fondo, quema.

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