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Rosa Bru: «Cuando veo a Abuelas recuperar a un nieto, siempre digo lo mismo: yo también»

Escrito por el 27 mayo, 2011

La madre de Miguel Bru dio una lección de esperanza y lucha, en la que apeló al caso de los nietos recuperados por las Abuelas para creer en la posibilidad de encontrar el cuerpo de su propio hijo.
El 17 de agosto de 1993 la vida de Rosa cambió para siempre. Ese maldito martes, su hijo fue ingresado a la Comisaría Novena y, desde entonces, nada más se supo de él. Durante las primeras horas de su desa-parición, su mamá, Rosa Schoenfeld de Bru, no imaginó lo que después descubriría: su hijo había sido torturado y asesinado por los mismos policías que lo capturaron. Esa historia saltó a la luz mucho tiempo después. Lo cierto es que sus amigos y familiares preguntaban

¿Dónde está Miguel?
«Mantengo la íntima convicción de que Miguel está vivo», aseguraba el entonces juez de la causa, Amílcar Vara. Rosa, todavía no desconfiaba de la Justicia.
«Al principio, para mí la Policía había actuado clarito. Cuanto curandero había, y me decían, yo iba», comenta ahora la mamá de Miguel durante su visita a Diagonales. «¿Quiénes fueron los primeros que vinieron a decirme que necesitábamos una defensa, un domingo a la noche? Vinieron dos amigos de Miguel a explicarme que yo necesitaba un abogado. Y yo en ese momento dije: ¿Te parece? ¡Mirá que está la Policía! Y ellos dijeron: «No, necesitamos un abogado», recuerda la mujer.

En ese punto, la narración de Rosa toma otro tinte: las sospechas y desconfianzas son inevitables. Rosa agrega: «Vino un cuñado mío de Pigüé y pretendió advertirme: «Pero hay un juez». No era garantía de justicia.
–¿Qué sintió durante el desarrollo de la causa? ¿Un deseo de justicia, un deseo de revancha, un deseo de venganza?
–Cuando terminó el juicio, que fue el 17 de mayo del 99, quedó demostrado que el cuerpo del delito no era Miguel. Y ahí quedó determinado el delito por el que condenaron a prisión perpetua a los asesinos. En ese momento me levanté y me fui por el pasillo. La única que me siguió, que creo que entendió lo que sentía, fue la doctora Marita Scarpino, que era fiscal de juicio. Me siguió por el pasillo, me saludó y me dijo: ‘Ya lo vamos a encontrar’. Realmente yo creí que en el juicio, alguien iba a decir dónde estaba mi hijo, y toda la expectativa estaba ahí, así que revancha no, justicia. Si hubiéramos querido revancha, la podríamos haber tenido.
Hay algo que debe quedar claro, encontrar a Miguel no cambiaría la situación del proceso legal. Ya esa parte procesal terminó, lo que está en pie es la búsqueda de Miguel y no hay otra cuestión.

–¿Alguna vez pensó en abandonar la búsqueda, alguna vez se cansa, alguna vez pensó que llegó a su límite?
–No, para nada. Uno por ahí va tomando las cosas distintas. Si usted habla con el Doctor Ricardo Szelagowski, por ahí, el  Doctor, puede contar cómo era antes cuando yo me enteraba de un dato, y cómo soy ahora cuando pasa. Antes iba con todo y decía tiene que ser, tiene que ser. En cambio, ahora, uno puede razonar, puedo evaluar si esto es viable o si no es viable. Además, si ellos querían que paguemos algo, ya pagamos.

–Cuando dice “ellos querían que pagáramos”, ¿a quiénes se refiere?
–A los asesinos que por algo lo mataron y nos condenaron a noso-tros. Ellos tuvieron el poder de sentarlo, torturarlo, desaparecerlo y callar porque Justo López, en los 17 años y nueve meses que van a hacer ahora, jamás declaró. Su silencio iba en su contra, pero hasta en algún momento dijo que era inocente. Yo, si soy inocente, me van a estar matando y tal vez me condenen igual, pero voy a estar hasta último momento gritando que soy inocente.

–¿En su búsqueda alguna vez pensó en hablar cara a cara con los asesinos y preguntarles dónde está el cuerpo de su hijo?
–No. Las veces que lo vi, fue a López y siempre fue en el juzgado, y el que en algún momento pensé que podía hablar era Walter Ábrigo. Siempre pensaba que Ábrigo podía decir la verdad. En un momento el que integraba el servicio de calle era Fabián Agostini. Con él he hablado personalmente. En una oportunidad me dijo que a mí no me podría decir dónde está el cuerpo de Miguel. El otro personaje que creo que no está ajeno a todo esto y sabe dónde está Miguel es el ex comisario de la novena, Juan Domingo Ojeda. Él debe saber. Yo creo que colaboró para borrar el libro de guardia. Él fue quien trajo al testigo falso a declarar.

–No pierde la esperanza…
–No, no la pierdo. Menos cuando me entero que encuentran a hijos de desaparecidos, cada vez que aparece un nieto. Está bien que está la posibilidad de que el nieto sienta que no es hijo de sus apropiadores, pero cuando uno ve todo esto, esa lucha de tantos años, tanto esfuerzo… Y después la tranquilidad de esta familia que tras tantos años está buscando a sus desaparecidos y lo encuentran. Veo que llega la tranquilidad, porque nosotros llevamos 17 años, ellos llevan 25, 30 y sin embargo no bajaron los brazos. Cada búsqueda, ante cada hallazgo que se lleva con un resultado positivo, siempre digo lo mismo: «Yo también».

–¿Cree que puede ser que alguien hable y revele dónde se encuentra el cuerpo de su hijo?

–Yo veo la solidaridad en todos los rastrillajes que se hicieron. Siempre participó gente que quería saber dónde estaba Miguel. Si nosotros tenemos en cuenta que a 17 años de desaparecido Miguel, todavía llegan personas que dicen que creen saber dónde está, quiere decir que hay solidaridad, a tanto tiempo. Yo tenía miedo a eso, a que todo se parara, a que nadie se preguntara nada y que todo cayera. Sin embargo todavía hay gente que cree saber dónde está Miguel y colabora. Pensé que lo hacían por solidaridad, porque entendían el mensaje, porque entendían la necesidad de la familia.

–¿Solamente es la necesidad de la familia? ¿O hay una necesidad social por dar respuestas a este caso?

–No sé si toda la sociedad, pero yo siento que es también social. Si nosotros vemos en los distintos lugares donde se preocupan por cualquier noticia, para saber cuánto hay de verdad, o las novedades, uno entiende que ya trascendió a la familia. Pero principalmente creo que la sociedad entendió que la familia necesita saber.

–¿Se siente apoyada por la sociedad?
–Sí. A mí, lo que más me llama la atención cuando alguien me reconoce y dice, ¡Ah… es la  mamá de Miguel! No hablan de aquel chico estudiante, casi nadie dice que era estudiante de Periodismo. Dicen: Yo la conozco, es la mamá de Miguel. Siempre hacen hincapié en Miguel, no en que era un estudiante al que torturaron.

–¿Cómo se siente usted, después de todos estos años, al ser una referente social en la búsqueda? Porque usted no se lo autoimpuso, pero la sociedad la reconoce así, como una luchadora.
–Yo sigo siendo Rosa. Primero me pasó todo esto y aprendí, porque aprendí de los compañeros, de los amigos de la Facultad, de la querida Escuela de Periodismo. Realmente, de la manera en que yo sentí y siento siempre todo lo que hicieron por Miguel no se lo voy a poder retribuir a alguien que me ayudó, sino a alguien que lo necesite. Fueron tan solidarios, yo le digo a la gente que fue una causa solidaria la de Miguel.

–Rosa, ¿usted sería capaz de perdonar?
–No, no los podría perdonar. Yo tengo una amiga, a la que también le mataron un hijo, un chico que hicieron tirar la Riachuelo. Ella es muy creyente y sabemos hablar mucho. Entonces, cuando yo empiezo a hablar de Miguel y ve que me pongo muy mal, sugiere que tengo que perdonar. La última vez le dije, “no me digas que tengo que perdonar, porque me voy a enojar con vos”. Ella me dice: «Pero yo no te digo que vayas y les digas a ellos que los perdonás, pero para vos, para adentro, para tu tranquilidad, para tu espíritu». No podría, me agarra una cosa acá, con el sólo hecho de pensar lo que hicieron, cómo lo torturaron, y lo que están  haciendo, porque lo están haciendo.

FUENTE: Diario Diagonales


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